Mi Historia es sobre Dionysios P. Simopoulos (mi padre)

 

Este acontecimiento tuvo lugar del 25/10/2022 al 07/08/2022

 

El descubrimiento

Mi padre empezó a perder bastante peso y luego le diagnosticaron diabetes. Esto condujo a más análisis de sangre y se diagnosticó un cáncer de páncreas casi resecable.

 

Esta es mi historia

Mi padre era un destacado científico, aclamado por muchos como el divulgador más popular y respetado de la astronomía en Grecia. Pero más allá de esto, mi padre era un alma gregaria, generosa y maravillosa. Su risa y su presencia llenaban una habitación. Tenía la capacidad inherente de hacer que todos los que conocía se sintieran especiales. Sacaba lo mejor de los demás porque, en última instancia, eso era lo que veía.

Cuando a mi padre le diagnosticaron cáncer de páncreas hace 4 años, el 25 de octubre de 2018, le dijeron que le quedarían entre 3 y 6 meses de vida. Aún recuerdo el día en que nos dio la noticia: «Las noticias no son buenas. Tengo cáncer de páncreas y no me queda mucho tiempo de vida. Pero no pasa nada, también hay buenas noticias. Al menos me quedan 6 meses de vida». Y al igual que con todo lo demás que la vida le había servido hasta ese momento, también con esto lo vio como un vaso no sólo medio lleno, sino rebosante, y decidió que iba a hacer valer cada uno de esos «6 meses» que le quedaban. Y nosotros, como su familia, ¡no tuvimos más remedio que seguirle!

Así que eso es lo que hicimos: Vivimos la vida… al máximo. Hicimos que cada momento contara. Incluso los momentos más mundanos se convirtieron en grandes acontecimientos: como pedir comida para llevar o ver su programa de cocina favorito. Eran momentos «grandes» porque los hacíamos juntos. Mis hermanos y yo compartíamos con él nuestras aburridas historias de trabajo casi a diario y él las escuchaba como si estuviera escuchando noticias trascendentales.

Durante los últimos cuatro años -sí, esos 6 meses se convirtieron en casi 4 maravillosos años-, mi padre disfrutó de amigos, familiares y seres queridos, escribió algunos libros, comió su marisco favorito, le cogió un gran gusto al sushi y vio programas de cocina en la televisión. Ponía música y cantaba mientras escribía sus libros -algunos de ellos de carácter científico, otros que retrocedían en el tiempo a través de su vida-, pero independientemente del tema, cantaba. Se fijaba en el color verde de los árboles y nos lo señalaba. Se dirigía a su arbusto de jazmines y nos gritaba que viniéramos a oler las flores cuando estaban en flor. Lo hacía muy evidente cuando mordía un dulce trozo de sandía, diciéndonos que era la mejor sandía que había probado nunca. Pero lo más importante es que mi padre se reía. Reía esa risa contagiosa que hacía reír también a todos los que le rodeaban.

Mi padre nos llenaba de amor. Nos dejó llenos. Y aunque su ausencia es enorme el amor que nos dejó sigue vivo y gracias a ese amor estamos bien. Porque hicimos que esos pequeños momentos contaran.

Solía decir que mi padre me llevó literal y metafóricamente toda mi vida. Y nos sigue llevando a todos el amor y los recuerdos especiales que nos dejó. Leí en alguna parte que el tiempo no cura, el amor sí. Y estoy de acuerdo. El amor no sólo cura, el amor perdura.

 

El impacto del tiempo

Cada minuto contaba. Cada momento contaba. Nos aseguramos de ello.